Un café y pa casa

¿Sabes esas veces que bajas a tomar “solo un café” con una amiga?

No te arreglas demasiado, piensas que en una horita estás de vuelta, y casi ni miras el móvil porque no esperas que pase nada especial…

Y, sin embargo, la charla se alarga.

Terminas riendo como hacía tiempo, hablando de cosas que ni sabías que tenías dentro. Pides otra ronda. Luego otra. Acabáis cerrando el bar. Y, de pronto, esa noche se convierte en una de esas que guardas con cariño para siempre.

De las que no planeas, pero se te quedan clavadas en la piel.

Donde las risas son suaves, pero profundas.

Donde las palabras fluyen sin miedo, el tiempo se diluye y el alma se siente en casa.

Una de esas noches en las que no pasa nada extraordinario…y sin embargo, todo cambia un poco por dentro.

Así fue como entré yo en este proyecto.

Buscando solo un extra.

Una ayuda puntual. Algo sencillo. Nada más.

No tenía grandes ambiciones ni quería convertirme en la “nueva yo.” Solo quería llegar un poco más tranquila a final de mes. Y ya.

Pero a veces, lo que empieza pequeño te abre puertas que ni sabias que existían.

Y sin darte cuenta, empiezas a pensar distinto. Empiezas a atreverte a decir lo que quieres.

A descubrir partes de ti que estaban dormidas.

A ilusionarte por cosas que antes pasabas por alto.

A sentir que sí, que puedes.

Y lo más bonito es que no llega de golpe. Llega en forma de conversaciones que te remueven. De retos que te hacen crecer sin que duela. De personas que te inspiran y te recuerdan todo lo que eres.

Yo no lo buscaba, de verdad.

Pero cuando algo te hace bien, se nota.

Y lo quieres cuidar.

Y lo quieres compartir.

Porque cuando algo te despierta por dentro, ya no hay vuelta atrás.

Entré por lo que creía necesitar. Me quedé por todo lo que no sabía que me estaba esperando.

PD: Si esto que te cuento te remueve, aunque sea un poquito…quizá también haya una puerta para ti. Yo no lo sabía. Hasta que la abrí.

Gracias por estar aquí,

Zuri.